Mientras sirvo la
mesa
reviso que todo esté
en su sitio,
también el vacío
está donde debe.
Recuerdo porqué estoy tan alto, alejado, escondido.
Es rutinario sacudir
los manteles,
ordenar las sillas
y esperar que hierva el agua;
Sí, todo es
mecánico pero necesario.
Es que tu ausencia
se siente menos,
en la monotonía, en mis hábitos diurnos.
Mi opacidad se
pierde entre la paja podrida
que cubre mi techo,
con agujeros subsanados (zurcidos);
También se siente
en el moho verdoso de mis paredes empedradas.
Paredes
geométricamente erguidas como mi vida,
como la rutina que
me he inyectado para sentir menos
quizá esperanzado de no sentir soledad.
Duele el frío por
las tardes, duelen mis huesos;
pero más duelen mis recuerdos, tus recuerdos.
Aquí en lo alto el
rayo mata sin favoritos,
mientras tú elijes
desolarme.
El granizo y el
viento golpean,
más tú aprietas tanto que asfixias mi contento.
Pasaré la temporada
aquí, en lo alto, lo incógnito.
El sonido del
aguacero me distraerá,
cada anochecer
silencioso me poseerá.
Trataré de olvidar
tu ausencia
y temer menos tu presencia.
Al término del
llanto natural saldré,
divisaré si aún
persistes acompañarme;
Caminaré cuesta
abajo y correré, cada vez más,
escaparé de mi
trinchera, saldré a la carretera.
Será hora de mudarme a donde tu omnipotencia se demore.
Seguro llegaré a la
ciudad para perderme entre el tumulto,
para ocultarme
entre la languidez de los citadinos,
Cada uno con sus
deudas, con sus miedos y sus sentencias.
Allá en la cuidad
te será más difícil atraparme,
pero desde ya, sé que siempre rondarás cerca.
Tan cerca estás
siempre, que siento tu soplido en la nuca,
siento gélido tu
abrazo;
Te siento tanto que
eres todo lo que siento
y eres todo cuanto sentiré.
Es que no eres una,
eres dos;
Eres dualidad.
Por eso me aterra
tu presencia y saberme sólo,
a la vez eres todo
cuanto tengo pues siempre estás.
Siempre has estado
y siempre te has develado,
siempre me has salvado, siempre me has amado.
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