“...Si te sientes sola, háblame
que te estaré escuchando
aunque no te pueda ver”[1].
que te estaré escuchando
aunque no te pueda ver”[1].
Los recuerdos nos sirven siempre; unos estimulan a
seguir en la lucha, otros atormentan y laceran nuestro presente. Como sea,
los recuerdos siempre acompañan nuestro andar, nos guíen o persigan, allí
están.
El frío de la puna, es algo que siempre recuerdo. Me acompañó en las madrugadas, al bajar de mi estancia en ruta a la escuela; por las tardes al
volver a la choza luego de juntar el rebaño; en las noches antes de dormir.
Había un doble frío en mi niñez altoandina, la baja temperatura y la incertidumbre nocturna con relatos escalofriantes y melancólicos. Ambos me aterrorizaban y hacían de mí un ser tembloroso cada noche.
Estaba el frío corpacanchino (de Corpacancha) que me atemorizaba, ese que sentía al escuchar las historias que le contaban a mi abuelita, por lo general eran problemas o escándalos familiares propios o ajenos, el suspenso que producían las frases parcas que antecedían al sobresalto por haber escuchado “una noticia”, esos terroríficos: ¡ah!, ¡ahora que será de ella!, que siempre desprendían después de terminado el relato (por lo general después de masticar unos segundos la coca). Era tanta la atención que le ponía a los relatos que me sobresaltaba a menudo, después que alguno de los locutores rompiera el silencio protocolar de la noche y lamentaba “la noticia”.
El otro frío; el frío cochano (del poblado de Marcapomacocha), producido por el reflejo de su laguna. Lo consideraba mortal debido a que mis huesos dolían hasta provocarme repulsión seguir en ese lugar. Cuando de vez en cuando bajaba del campo al pueblo y tenía que soportar ese frío siniestro que me acobardaba el llanto casi siempre era mi compañero de estancia, mis rodillas hasta ahora tiemblan cuando sienten ese frío siniestro.
Estaba el frío corpacanchino (de Corpacancha) que me atemorizaba, ese que sentía al escuchar las historias que le contaban a mi abuelita, por lo general eran problemas o escándalos familiares propios o ajenos, el suspenso que producían las frases parcas que antecedían al sobresalto por haber escuchado “una noticia”, esos terroríficos: ¡ah!, ¡ahora que será de ella!, que siempre desprendían después de terminado el relato (por lo general después de masticar unos segundos la coca). Era tanta la atención que le ponía a los relatos que me sobresaltaba a menudo, después que alguno de los locutores rompiera el silencio protocolar de la noche y lamentaba “la noticia”.
El otro frío; el frío cochano (del poblado de Marcapomacocha), producido por el reflejo de su laguna. Lo consideraba mortal debido a que mis huesos dolían hasta provocarme repulsión seguir en ese lugar. Cuando de vez en cuando bajaba del campo al pueblo y tenía que soportar ese frío siniestro que me acobardaba el llanto casi siempre era mi compañero de estancia, mis rodillas hasta ahora tiemblan cuando sienten ese frío siniestro.
Ahora he vuelto a sentir la misma sensación de escalofrío y laceración. Ahora que me resisto aceptar que la menor de mis amigas, mi “escudera”, ya no será más la bebé de nuestro grupo (jupa), ahora será madre y su buena nueva no la
comparte con todos nosotros, sino que la guarda para sí. Recordar el frío andino me extravía haciendo más fácil digerir la interrogante de porqué no nos platica del tema. Mi miedo en realidad es no saber cómo abordar el tema y decirle que todo está bien. Tengo miedo de no ser convincente, no tener las palabras adecuadas para hacerla sentir bien, es que esta sociedad hace del embarazo un síntoma de culpa y se cree que el ser madre es el término de una vida autónoma (seguramente el machismo reinante es su gran argumento y verdugo). Yo sólo quisiera estrechar sus manos y decirle que sigue siendo mi cómplice y que estaré (estaremos todos sus amigas y amigos) con ella, tratando de comprender sus sentimientos, miedos y sueños, como siempre.
Supongo que cree que nos decepcionaremos de ella y al suponer eso me duelen mis rodillas y el pecho, como cuando bajaba a Marcapomacocha. Imagino que, deduce que nos quedaremos en el lamento al saber lo que le sucede y mi corazón se asusta como cuando en Corpacancha se lamentaba las tragedias de alguien y ni la coca adormecía la tristeza. Todo esto da vueltas en mi mente, mientras camino una tarde de julio, dos días antes de viajar a la sierra y sentir otra vez los fríos, esta vez acrecentados por impotencia y timidez. Me asumo incapaz de ayudar a quien se desveló en innumerables ocasiones para escuchar mis interminables insensateces en mis desventuras universitarias.
He prometido que a mi regreso, después de padecer los fríos andinos, iré a su casa le diré que nada ha cambiado, que todo ha aumentado, pero nada está roto ni perdido. Ella es quizá la única que entiende de "mi canto enfermo", como diría Arguedas. Ella es quien me anima a echar mis sueños a volar, quizá porque también cree en utopías o tal vez soy esa parte desquiciada que ella quisiera ser pero sus fuerzas y su entorno se coluden para atraparla y exigirle serenidad y quietud.
Supongo que cree que nos decepcionaremos de ella y al suponer eso me duelen mis rodillas y el pecho, como cuando bajaba a Marcapomacocha. Imagino que, deduce que nos quedaremos en el lamento al saber lo que le sucede y mi corazón se asusta como cuando en Corpacancha se lamentaba las tragedias de alguien y ni la coca adormecía la tristeza. Todo esto da vueltas en mi mente, mientras camino una tarde de julio, dos días antes de viajar a la sierra y sentir otra vez los fríos, esta vez acrecentados por impotencia y timidez. Me asumo incapaz de ayudar a quien se desveló en innumerables ocasiones para escuchar mis interminables insensateces en mis desventuras universitarias.
He prometido que a mi regreso, después de padecer los fríos andinos, iré a su casa le diré que nada ha cambiado, que todo ha aumentado, pero nada está roto ni perdido. Ella es quizá la única que entiende de "mi canto enfermo", como diría Arguedas. Ella es quien me anima a echar mis sueños a volar, quizá porque también cree en utopías o tal vez soy esa parte desquiciada que ella quisiera ser pero sus fuerzas y su entorno se coluden para atraparla y exigirle serenidad y quietud.
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Esta foto retrata como en pocas algunas de las peripecias que pasamos mi escudera y yo, a veces solos, a veces con nuestros amigos. La foto es de junio del 2013. |
Allá en las alturas, al canto de mi laguna, se esconden mis sueños; se refugian mis recuerdos e ilusiones de antaño
esperando ser abrigadas en mi mente en días póstumos y quisiera seguir compartiéndolas contigo. [2]
Post Scriptum: Ahora ya no es la bebe del grupo, ahora es la madre de la nueva bebé del grupo. Sigue escuchándome las veces que voy, sigue sacando su colcha afuera para cubrirse del frío, me sigue echando agua en la cara (si lo merezco) por una de las tantas imprudencias que de cuando en cuando cometo. Sigue siendo la miembro más activa de nuestro grupo y está voceada como futura líder para el 2014. Por sobre todo, sigue soñando y creando mundos donde la libertad no es una quimera para las mujeres.
Post Scriptum: Ahora ya no es la bebe del grupo, ahora es la madre de la nueva bebé del grupo. Sigue escuchándome las veces que voy, sigue sacando su colcha afuera para cubrirse del frío, me sigue echando agua en la cara (si lo merezco) por una de las tantas imprudencias que de cuando en cuando cometo. Sigue siendo la miembro más activa de nuestro grupo y está voceada como futura líder para el 2014. Por sobre todo, sigue soñando y creando mundos donde la libertad no es una quimera para las mujeres.
Ciudad Universitaria,18-09-2013.
[1] Canción "Aunque no te pueda ver” de Alex Ubago.
[2] De
mi Diario de reflexiones, cuaderno de campo y autobiográfico: Crónicas Errantes.
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