¡Maneja con cuidado oe!, ¡ya pe
causa maneja bien!, ¡que crees que somos animales, insensato!. Me había subido
a una combi con destino a Chosica, allí se encontraban mis compañeros de
colegio, ensayando nuestra presentación para la noche, esa noche sería nuestra fiesta de promoción. La combi viajaba a
tal ritmo que parecíamos llaveros colgados de algún objeto en movimiento. A causa
de los zigzag y frenos “en seco” que daba el transporte tuve miedo de que el
señor que iba sentado al lado mío me propinara un puñete en la cara, iba yo
parado, colgado de la baranda, sí iba colgado, pues era bajo y realmente
parecía un llavero movido al son del vehículo. Hasta en dos oportunidades tuve
que pedir disculpas a ese señor, calvo, alto y con cara de matón, vestía con
saco y corbata, iba de negro desde los zapatos hasta la camisa, inclusive sus
intenciones me parecían oscuras. Le pedí disculpas, la primera vez avergonzado
y la segunda aterrado por su expresión matonezca que su cara dibujó al verme –
Ten cuidado idiota – me dijo cuando reincidí al golpearle la cara con mi pelvis
– webón concéntrate en lo que haces o terminarás muerto antes de lo que estás
planeando – me dije.
El vehículo híbrido que nos
transportaba, una mezcla de camión infinito donde se apilaba a los usuarios
hasta más no poder y un auto F1 campeón de algún Prix seguramente, se dirigía a
mi destino, más rápido de lo que esperaba, sin duda estaba en una competencia
con otro vehículo por tratar de tener más pasajeros. Estaba absorto en mis
pensamientos, imaginé los siguientes cinco minutos dentro del transporte
público en el que viajaba. Después de detenernos en un paradero, retomaríamos
la carrera y para ganar tiempo invadiríamos el carril contrario, ventaja que
era sublime ya que teníamos que pasar el semáforo dos cuadras adelante donde
los carros estaban enredados (serrándose el pase) entre sí. Una vez invadido el
carril contrario, el chofer que piloteaba la combi donde yo me bamboleaba
miraría a su derecha y con ironía haría sonar el claxon, de repente otro claxon
metros más adelante sonaba desesperado. El choque había sido inadvertido, los
pasajeros de la unidad donde viajaba todos muertos (yo salí volando igual que
una cometa al romperse el hilo), del otro lado el camión sólo se abollaría la
caseta y el chofer sería sacado en ambulancia entre los fierros retorcidos. Al
fin había conseguido ser el centro de atención el día de mi fiesta de promoción
– Te lo dije, te ganaría hermano – le repetiría riendo desde mi sepultura a mi
amigo mientras mis compañeros llorarían mi deceso “era bueno”, “el más
inteligente de todos”, “siempre estaba ahí para ayudarnos” – Cállense mierda, ustedes
me quitaban mis tareas, jamás les di por voluntad propia – proferiría indignado.
– Siéntate chibolo, porque una más y dejo de tener lástima y te estrello contra
la ventana, ¡baja semáforo! – era la tercera vez que rosaba, un empellón brusco
y seco ahora, mi pelvis contra ese sujeto y esta vez mi correa le había dejado
una marca en la cara.
Detesto las ceremonias, las
fiestas y hasta los brindis, los detesto porque en ellos veo como se entremezclan
la simpatía y el aborrecimiento. En mi último cumpleaños todos mis compañeros
de colegio vinieron a casa, invitados por mamá, me saludaban con un abrazo o un
beso (las mujeres), daban discursos fingidos de lo encantador que era y
esperaban como buitres la comida que mamá había preparado, llenaban sus estómagos,
ensuciaban mi baño y después de bailar se largaban artos de comida y jaleo. –
Si webón, no quieres ir a la fiesta de promo’ por que Fiorella va a ser mi
pareja, acéptalo chivo, en tu propio cumpleaños me la agarré, ahora iré con la
chica más deseada de la clase a la fiesta – Fernando me repetía una y otra vez
esas palabras, luego decía: – Soy mejor que tú en todo, así que se un buen
amigo y préstame tu cuarto para campeonar, te prometo que te dedicaré mi acto heroico,
Fio atracó hace rato. ¿Quieres ver las fotos que me manda al cel? ¡Más enferma
resultó! – no lo podía creer, sin duda ese exagerado de “chimenea” Fernando
estaba alucinando, seguro en vez de fumar cigarro ya comenzó a fumar otra
vaina, sí era eso, ¡tiene que ser eso!. Fiorella era mi musa desde cuando tengo
uso de razón, siempre fue amable conmigo, siempre estuvo allí para consolarme y
desde siempre venía a invitarme para ir a las misas o participar de la parroquia,
estas últimas a las cuáles nunca accedí – Soy racional, no entiendo cuando me
hablas de “dios” – sin embargo su sonrisa angelical y sus maneras dulces al
hablarme fueron lo que siempre me cautivó en ella.
Fiorella participaba del grupo juvenil de la parroquia
de mi distrito, era parte de gente que saltaba alzando las manos y gritando a
un ente que dizque estaba allá arriba, los domingos eran odiosos pues ella
junto a su grupo cantaban y hacían coreografías a alguien que yo no veía, ese
espectáculo tenía que presenciarlo ya que la casa de mi amigo estaba al lado de
la parroquia. Fernando y yo nos íbamos al río, tirábamos piedras al agua y a
veces nos animábamos a cruzar hacia el otro lado. Siempre íbamos solos, a
Fernando le gustaba dibujar sentado mientras yo tarareaba alguna marcha militar
o imitaba algún cántico gregoriano, Fiorella me había enseñado algunos, y le
ponía alguna letra que incitara algo apocalíptico. Eremos amigos, buenos amigos,
amábamos los animes japoneses, y nuestra meta era radicar en Japón. Habíamos
jugado e imitado a cuanto personaje animado conocíamos. Un día me corté la ceja
al caer de cabeza tratando de emular una movida de Charizard (un pokemón tipo
fuego con apariencia de dragón). Ambos nos fijamos en Fiorella, nuestra musa.
El año pasado, cuando amanecimos conversando en la fiesta de navidad del
vecindario, ambos confesamos nuestro gusto hacia nuestra compañera de salón y
ahora nuestra compañera de grupo y posible camarada en nuestras andanzas,
entonces hicimos una promesa y reto a la vez: En la fiesta de promoción
veríamos quién se queda con ella (como si se tratase de un objeto). Yo tenía la
ventaja pues la conocía de toda la vida, era carismático, gilero y a más de la
mitad de mis compañeras de salón las había besado, en cambio Fernando sólo
sabía dibujar, lo hacía bien. ¿A quién le gusta un tipo cursi?, era obvio en
estos tiempo o lo tomas por las buenas o por las malas, mi victoria estaba
segura.
-Asiento para la señora– había
subido una chica de unos veintidós años con un niño pequeño –La lleno– fue lo
primero que se me ocurrió. Fernando al verla seguro apreciaría su mirada, decía
que la mirada era el libro que siempre tienes que leer en tu interlocutor. Webadas,
la flaca tenía unas caderas y una cintura agradable, por supuesto que le cedí
el asiento. – Ahora sí, carrito muévete lo mas torpe que puedas para poder
toparla – pensé. Sin embargo algo en ese niño, sentado en las piernas de la
chica, me hizo recordar a Fernando a Fiorella y a nuestro reto, el niño estaba
comiendo un helado en un cono. Me miraba insistentemente el mocoso que me
intimidó, lo acepto, me miró como cuando Fernando me miraba, es más reconocía
la cara de Fernando en ese niño, ¿será cierto que los ojos son los libros que
hay que leer? Me pregunté. Si era tan macho como decía serlo ¿porqué Fernando
besó primero a Fiorella?, y si Fiorella era tan inmaculada como yo la creía, ¿porqué
le mandaba fotos pervertidas, como Fernando afirmaba? y por último si Fernando
era tan romántico y “caballerito” como decía serlo ¿porqué el día de mi
cumpleaños llevó a Fio al baño de mi casa? y la besó según me contaron mis
compañeros. Nada tenía sentido, ¿será que me había enamorado y no era capaz de utilizar
mis armas seductoras con ella?, ¿será que tanto él como ella fingían
personalidades que en realidad no eran? ¿Sería que los tres estábamos vacíos y
nuestros maneras eran un muro que negaba el acceso a nuestro yo verdadero? Algo
de todas esas dudas tenía que ser cierta, de lo contrario no me sentiría
perdedor pues se suponía que yo era el seductor, Fernando el anticuado y Fio la
presa, y este niño que no deja de mirarme que ya me quitaron las ganas de rozar
a su mamá o quizá era su hermana quién sabe.
¡Al diablo!, a pocas cuadras bajo
y si Fio aceptó ser pareja de Fernando que le aproveche, total de seguro tres o
cinco compañeras me estarían esperando para ser su pareja esa noche, gozaría de
lo lindo y total quien quiere a una musa, ni que fuera pintor como mi amigo,
soy racional, viviré en Japón y una mujer no será mi estanco, me dije. –Lo único
que lamento es que un niño me haya intimidado, con sus ojos redondos e infinitos,
rozar a esa mujer, sí solo eso lamento–. Hora de bajar –¡baja esquina!–. Genial
primer punto para mí, total al final seré como siempre el centro de la fiesta,
meren a mis compañeros, todos esperando y… ¡valla sorpresa! En realidad no,
pero ahí estaban cinco de mis compañeras esperando ansiosas a que llegara para
correr por mí, me pedirían que fuera pareja de alguna sin duda, al extremo
derecho estaban Fernando y Fio conversando con mi profesora. ¿Qué sucede? Fio
me vio y comienza a correr hacia mí –Atrás bandidas, la legal
viene en camino– pensé. Como si adivinaran mi pensamiento, las cinco chicas no
se acercan más, por fin Fio me da el alcance y... –Te estuve esperando, en
realidad eres tú a quien elegí– sí ese será su discurso. ¡Qué carajos! Fio se
pone de rodillas frente a mí y me abraza con sus dos manos la cintura, ¿Será
que en realidad era peor de lo que Fernando me contó? Mis demás compañeros se
ríen extasiados, otras aúllan como coyotes y Fernando junto a la profesora se
acercan avergonzados. Si yo fuera Fernando también me avergonzaría de que mi pareja
de arrodillase frente a su amigo y lo abrace por la cintura, de igual modo si
fuera la profesora. Fio saca un pañuelo del bolsillo de mi pantalón y comienza
a limpiar mi pantalón, precisamente la parte de mis genitales. Recuerdo que teníamos
una confianza tal que el uno sabía que llevaba el otro en sus bolsillos, pero ¿qué
está limpiando? Agacho la cabeza para ver porqué realmente Fio se había puesto
en esa posición. ¡Maldita sea!, ¡qué cosa es esa crema blanca que está
derramada desde mi bragueta hasta mi pierna derecha!, ¡el mocoso del helado!,
ahora entiendo las risas de mis compañeros y los flashes que salieron de sus
cámaras. –Juanjo, ganaste, te robaste la atención de todos– dijo mi amigo
mientras me cubría para que los demás dejen de fotografiar, –Hay Juanjo, siempre tú de despistado, desde
pequeño, ¿recuerdas cuándo te caíste de ceja?–. –Sí Fio, lo recuerdo–. Otro día vengo en taxi ¡lo
juro!.
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