“De
la vida lo que más extraño es mi sombrero, es un enigma no resuelto lo que
sucede con los sombreros de la gente muerta. Cuando me maté lo primero que cayó
al suelo fue mi sombrero y ya nunca más lo volví a ver.” ―Richard
Brautigan[1]
Siempre quise tener un sombrero, desde niño lo que
más me llamaba la atención en las demás personas era el tipo de sombrero que
llevaban puesto. Si no tenían un sombrero puesto, suponía que eran personas tristes y quizá también pobres.
Mi niñez la viví en un poblado alto
andino; así que era común ver a las personas con un sombrero puesto todo el tiempo. Por
lo general los sombreros que más me llamaban la atención eras con dibujos en el
rededor de su copa. Recuerdo que cierta vez le dije a mi mamá que me compre uno
de esos (tenían florecillas y demás cosas que me recordaban al campo), mi mamá
me respondió con un rotundo ¡No!, pues ese tipo de sombreros era para mujeres.
El sombrero que más recuerdo es el que llevaba puesto cuando tenía entre 4 a 6 años. Era un sombrero tejido con lana de ovino, de colores blanco, plomo y
negro según recuerdo, el ala del sombrero estaba moldeada y sujetaba por un
alambre grueso, de esos antiguos cuya pulgadas no recuerdo pero que se usan en los cercos ganaderos, el grosor es similar
al del orificio de los tomacorrientes (la parte circular). Era un sombrero que me parecía un peluche por su tejido hecho con lana. Recuerdo pocas veces
haberlo llevado puesto, siempre renegaba porque mi cabeza ya no entraba en el,
sin embargo no podía perderlo de vista y exigía que mi mamá agrandara el hueco
del sombrero para poder seguir usándolo.
También admiré los sombreros que veía en las películas
western[2]. Desde luego esos tipos de sombreros eran común verlos en el pueblo ya que se dedicaban a la ganadería. A veces caminaba con mi
gorro de lana por las calles y ceñía la parte de delante al ras de mis ojos, simulando ser un pistolero. Cuando veía algún peligro
o quería simular retar a alguien, a un duelo de pistolas, subía el límite de mi gorro desde el ras de mis ojos
hasta mi frente (simulando el levantar de un sombrero para ver mejor al
oponente).
Mientras viví en la sierra tenía una idea de cada persona de acuerdo al color de
sombrero que usaba. Los sombreros negros eran de aquellos que trabajaban con
vacas y/o caballos, gente de economía media, que eran violentos con sus esposas
e hijos (en general casi toda la población resolvía los problemas a punta de
fuetazo limpio). Los que llevaban sombreros marrones o de copa corta eran
personas de edad avanzada, lucían ternos relucientes los varones y ropas
oscuras las mujeres, personas que me causaban respeto y ganas de abrazar a cada
rato como si haciéndolo pudiera entenderlos más que hablando, sin querer
entendía lo que significaba un apapacho[3].
Los que llevaban sombrero blanco, eran personas de cargos altos en la empresa
ganadera (el poblado donde vivía era propiedad de la empresa ganadera), sin
duda era o el gerente o el administrador y más valía saludarlos porque de ello
a veces dependía el trato que le darían a nuestros padres, tenías que ir
corriendo a saludarlos y siempre con una sonrisa que demostraba tu alegría por
haber tenido la dicha de verlos, en el caso de las mujeres el sombrero blanco
era símbolo de una señora de más de cuarenta años, tenía la copa alta y una
cinta negra que la adornaba (eran sombreros de estilo Huancayo o junino creo).
El sombrero verde era símbolo de mi abuelo, un hombre tosco con todos y demasiado
consentidor con sus nietos.
La vez que mayor dicha tuve respecto a mi
fascinación con los sombreros fue el 2012 cuando estaba caminando por los
pasillos Sanmarquinos y vi a la delegación cajamarquina[4]
reunida en mi facultad exponiendo sus argumentos para concientizar a los
estudiantes sobre la defensa de sus lagunas frente a la empresa minera
Yanacocha. Ese día además de cantar sus coplas y caminar junto ellos, me quedé
mirando sus sombreros, quería decirle a alguno de ellos: -Te cambio tu sombrero
por mi libro “Teología de la liberación”-, solo atiné a decir respecto a ese
tema: -¿Cuánto cuestan esos sombreros?, quiero uno de esos-. Mientras tanto hoy el único sombrero que uso es uno viejo cuya ala
parece las sombrillas que se llevan a la playa, no es mío es de mi papá.
![]() |
Mi padre con su sombrero en un paraje místico. |
Estoy seguro que, al igual que me teñí el pelo de
verde limón o las dos ocasiones donde me hice un corte estilo mohicano, en
algún momento me compraré un sombrero y lo llevaré a donde sea y me importará
poco si está de moda o me ven como alguien desfasado, lo llevaré puesto como
mis relojes que los llevo para ver la hora y solo cuando me baño me los quito.
Nota: Hoy soñé con mis amigos del grupo que llamamos jupa y estábamos en la avenida principal de Huaycán, me acompañaban mientras yo compraba ropa y muchos, muchos sombreros.
Nota: Hoy soñé con mis amigos del grupo que llamamos jupa y estábamos en la avenida principal de Huaycán, me acompañaban mientras yo compraba ropa y muchos, muchos sombreros.
[1] Richard
Gary Brautigan (Tacoma, Washington, Estados Unidos, 30 de
enero de 1935 - Bolinas, California, 14 de septiembre de 1984)
novelista, poeta y cuentista, perteneciente a la Generación Beat. Su obra más conocida en la novela La pesca
de la trucha en América (1967).
[2]
Las películas del género “Western” son aquellas ambientadas en “el viejo oeste”
Estado unidense, cuya trama por lo general gira en torno a la vida rural de sus
pobladores y la colonización del lugar.
[3] Del
vocablo Naualth “Apapachar”, abrazar con el alma.
[4] En
mi Facebook tengo un álbum de fotos en memoria de ese día: https://www.facebook.com/llamerosolitario.astudillocapcha/media_set?set=a.4897834973036.2190615.1512723841&type=3
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