sábado, 13 de agosto de 2016

#NiUnaMenos, las queremos a todas (reflexión).


27 «Sí, Señor - repuso ella -, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.»[1]

En el evangelio de Mateo hay un pasaje que narra una escena singular. Cuando el Cristo estaba predicando, caminando por las tierras de los descendientes de Sara (suegra de Rebeca; que a su vez fue suegra de Lea, Bilha, Zilpa y Raquel, madres de las doce tribus de Israel), se le acerca una Cananea que pedía que el Mesías cure a su hija. Jesús, quizá ofuscado u ofendido respondió: «No he sido enviado más que a las ovejas perdida de la casa de Israel.». Haciendo alusión a que su misión era la gente que profesaba la misma creencia que él. Al ver que se postraba frente a sus pies siguió diciendo: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos.». Al final, tras una magistral respuesta de la mujer el Hijo de Dios le concedió el pedido y la hija “sanó” del “demonio” que poseía dentro[2].


Ni una menos.
Dibujo: Daniel Maury Trezzi

La primera vez que leí esta cita bíblica quedé perplejo. ¿Cómo era posible que Dios hecho hombre haya sido tan errático aquella vez? Mayor sorpresa me causó la respuesta de la mujer, tan humilde pero llena de verdad. “También los perros comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos”. La Cananea en cuestión hace alusión a una situación de exclusión, de doble exclusión (por ser distinta “confesionalmente” a los Israelitas y por ser mujer). Cuando leí esta cita por primera vez estaba en un retiro espiritual de jóvenes y el grupo de trabajo eran sólo mujeres y yo, sin embargo seguían refiriéndose como “nosotros” aún cuando yo era el único varón y ellas eran mayoría.

Siento que fue una mujer quien dio cátedra a Jesús, una mujer distinta, "inferior". Fue una mujer quien lo zarandeó y le hizo entender que siendo el Cristo, cargaba con prejuicios tan cotidianos que no lo diferenciaban de los demás de su tiempo. De pronto me sorprendí riendo y con unas cuantas gotas de lágrimas asomando mis ojos. Sí existió alguien que fue más que Dios y fue una mujer, suspiré y me tendí en el pasto satisfecho, como si de pronto viese equilibrarse a una balanza que siempre vi inclinada hacia un solo lado.

Estoy del lado de las mujeres por todas las veces que me sirvieron primero. antes que a una mujer, un plato de comida. Por todas las veces que junto a mis amigos la acosamos, viéndola como un simple objeto sexual. Estoy de parte de las mujeres que en las guerras son afectadas más que un varón. Estoy del lado de las mujeres, por todas las veces que fueron negadas de ejercer los mismos derechos que nosotros, por su tardía aceptación en la educación pública, en el empleo, en las iglesias, en la propia casa. Estoy del lado de las mujeres, de las madres que como mi madre sufren por un hijo irresponsable, desleal, corrupto. Estoy del lado de las mujeres que saben lo que es parir y muchas veces crían solas a sus criaturas. Estoy del lado de las mujeres porque son científicas, deportistas, periodistas, bomberas, policías, amas de casa, empleadas, estudiantes, infantes y en todo son buenas pero sin el mismo reconocimiento que nosotros. Estoy del lado de las mujeres pues siempre se acostumbra llamar a cualquiera por su apellido paterno solamente, como si el materno fuera menos importante. Estoy del lado de las mujeres porque vengo de una de ellas, me crie con muchas de ellas y aprendí a compartir por ellas. Estoy del lado de ellas y hoy también soy ellas y ellas son Dios aquí y ahora, son nosotros y nosotros somos ellas. Entonces juntas todas coreemos ¡Ni una menos!.

Ruta de la marcha en Lima.




[1] Evangelio según San Mateo; capítulo 15, versículo 27. Biblia de Jerusalén.
[2] El relato completo va desde el versículo 21 al 28.

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