martes, 22 de septiembre de 2015

Vuelvan las cometas (crónica).

“Te irás con las estrellas, romperás el mundo en dos.
Vendrás con la tormenta por las noches sin amor”. – León Gieco[1].

Si el deseo de explorar el mundo y divertirnos corriendo, de un lado a otro, se eternizara sin preocupaciones ni apuros, seríamos una masa más organizada y dada a la colectividad. Si los juegos que nos convocaban a pasar la pelota de un lado a otro, o a topar con esta a alguien más, no se convertirían luego en pugnas por acumular prestigio y monedas huecas que no contagian risa alguna ni alegrías mutuas, seríamos una especie conciliadora y recíproca. En suma, si fuésemos infantes toda la vida quizá el mayor problema social sería el miedo a la oscuridad de la noche.

Durante mi estadía en Corpacancha (1996-2001), donde estudié los seis años de educación primaria, al llegar el mes de setiembre la expectativa, de quienes estudiábamos allí y de l@s niñ@s en general, era tener la cometa más bonita y que a su vez vuele más alto que las demás. Las cometas eran hechas de carrizo y cubiertas con plástico o tela, se les ponía una cola hecha de plástico que al final tenía una piedra del tamaño de un puño de alguien con diez años. El hilo con el cual hacíamos volar las cometas era de lana o a veces hilo de pescar. La mayoría de las cometas tenían forma hexagonal u octagonal. Bueno, la mía siempre tenía forma artificial (en realidad semejaba a un triángulo); pues siempre compraba mis cometas. En mi familia no había alguien que haya aprendido a hacer una (mi papá si sabía, pero trabajaba en la capital de distrito, Marcapomacocha, haciendo difícil la inmediatez de mis cometas).
En los dos últimos años de mi estadía en Corpacancha, mi papá hizo mis cometas; entonces recién me sentí resarcido. Dejé de avergonzarme de mis anteriores cometas compradas y lucía mi cometa por el pueblo a la espera de que l@s demás niñ@s se contagien y hagan lo mismo; sin embargo, las cometas comenzaron a ser parte de juegos de antaño. Entonces volaba mi cometa solo, a veces se unían niñ@s menores a los cinco años acompañad@s por sus padres, quienes al volar las cometas de sus hij@s, quizá además de acompañarl@s en su recreación, rememoraban épocas cuando reían corriendo contra el viento para elevar sus cometas lo más que puedan.
Niños de la Ludoteca Chipikyay rumbo al cerro,
para hacer volar sus cometas

Ahora, después de ocho años, he vuelto a revivir esa sensación a fines de agosto[2]. Subí junto a un amigo (Nelson) al cerro de la zona “S” en Huaycán para hacer volar cometas. Allí estaban l@s niñ@s de la ludoteca[3] de la zona “T”, “Ludoteca Chipikyaay”[4], disfrutando de un juego novedoso para ell@s. Tod@s tenían una cometa comprada (en todo caso la cometa no fue hecha por alguno de ell@s ni tampoco por sus familiares). De pronto, una sonrisa revanchista surgió en mí – ¡Ah!, ¡son compradas! – Luego caí en la cuenta que aún no había aprendido a hacer una cometa – Triste tu vida – me diría mi amigo Max. Las cometas volaban bajito y unas cuantas a una altura respetable. Algunas niñas se sentían molestas porque se les había enredado el hilo. Otros subían más arriba para tener más espacio y desplazarse con mayor facilidad y menor riesgo para enredar sus hilos con l@s de sus compañer@s.
El ascenso de las cometas

Las cometas volaron acompañadas de risas cómplices, volaron como sus sueños vuelan, como su cooperativismo asombra. Volaban como las esperanzas de vivir en una sociedad amable y recíproca. ¡Si de adultos hiciéramos volar cometas!; riendo junto a nuestros sueños y practicando los principios adquiridos en la niñez, las veces que ayudamos a reparar la cometa de algún amigo o amiga nuestra, cuando nos reímos al enredar nuestras cometas y veíamos cómo se caían todas juntas e íbamos a recogerlas corriendo con los brazos hacia atrás y las manos tratando de atrapar al viento. Sí en vez de escuchar y presenciar asaltos recibiríamos la triste noticia de una cometa extraviada seguro fuésemos niños eternos y no bultos del averno.

Si alguna vez aprendo a hacer una cometa, la haré volar cuando tenga ganas de elevar mis ideas; cuando tenga ganas de refrescar mi ser con ayuda del viento. La elevaré lo más que puedo, como mi visión alcanza el infinito cada vez que mis parpados se cierran. Las cometas representan, para mí, la conexión con un elemento que me es más familiar que el agua, el aire. Aire que conozco mejor que a mis pasos, no necesito verlo, pues lo siento. Cuando vuela una cometa, siento que una parte mía está siendo acompañada por el viento en su andar, está siendo empujada a veces con fenecí y otras pausadamente. Cuando una cometa vuela percibo una señal que me invita a creer cada vez más y mejor en el aliento de vida, en la esperanza de sonreír eternamente, corriendo y jalando el hilo de mi cometa empapada de ideales y principios refrescados por el viento.
Volvieron por una tarde las cometas a la vida, ojalá vuelvan más seguido.

El fin de una magnífica tarde






[1] Letra de la canción Semillitas del corazón del cantante argentino León Gieco (Cañada Rosquín, provincia de Santa Fe, Argentina, 20 de noviembre de 1951) de su séptimo álbum del mismo nombre publicado en 1988. La canción está dedicada a los chicos desaparecidos restituidos, una referencia a la desaparición de personas perpetradas por la dictadura militar argentina (1976 – 1983).
Un artículo respecto a los aspectos psicológicos sobre el caso de restitución de niños desaparecidos apropiados por esta dictadura militar es:  http://rua.ua.es/dspace/bitstream/10045/5637/1/ALT_11_13.pdf
[3] Espacio que promueve el derecho al juego de niños y adolescentes. Aquí una descripción detallada de este espacio:
[4] Página de Facebook de esta Ludoteca que funciona dentro de la capilla de la zona T de Huaycán https://www.facebook.com/Ludoteca-chipikyaay-199058240253482/timeline/

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