Te perdono,
tus ausencias y andanzas,
Los riscos
que destrozaste, el querer que blasfemaste;
Te perdono
con tus falsas mudanzas,
El torno
apolillado en espera de ver si cambiaste.
Te perdono, sonrisa mía y de gavilanes por montones.
No creas fácilmente
mi fidelidad,
Hubo días
cuando dudé si eras real o una bella ficción;
No creas por
favor en mi enfermedad,
Eran en
realidad sollozos y esperas sin ti en la habitación.
Cree en mí esperanzado, siempre, con heridas cicatrizando.
Era domingo
cuando juramos eternidad,
Alentaba la primavera,
partí a recoger hojas para nuestro nido;
Misivas llenas
de recuerdo e intimidad,
Respuestas vacías,
eximias, casi evocando el olvido.
Era domingo y conjurabas traición, apagabas mi corazón.
El sudor me
despertó, era miedo, la azotea grisácea avisaba,
Te busque en
mis memorias, en mi presente, soplaba fuerte el viento;
El sudor
ahora era rojizo, era el canto de la noche que azotaba,
Recordé nuestro
querer eterno, temía el final de nuestro cuento.
El sudor me confirmó tu ausencia, lloré y caminé sin
retorno.
Tengo frío,
he vuelto y no hallo tu abrigo,
Has de estar
preparando mi llegada, o quizá mi retirada;
Tengo frío,
te he buscado y ni a los perros rastreo, han de estar contigo,
Nada nuestro
está en su sitio, solo hondos oscuros, todo aquí es una nada.
Tengo frío y ni aún ahora pienso en un despido.
Me duele
infinito, tu injuria y mi ausencia,
Consejos que
auguran mejora sin ti y tu locura;
Me duele
infinito, pero convengo más dolor sin tu presencia,
No tienes
culpa, a todas las haré mía, serán nueva forma de ternura.
Me duele infinito, avienta tus culpas, sirvelas como
un regalo de bienvenida.
Tardé un minuto
en quererte, saberte eterna,
Tú un
segundo en olvidarme, caminar sin ver, segarte;
Tardamos un
viaje en volver a encontrarnos,
Tardemos un
suspiro en comprender y perdonar, tardamos para de nuevo amarnos.
Tardé un instante y lo eterno casi se va de mis manos.