Los gatos son un mal recuerdo en mi vida. Tuve muchos y los amé fervorosamente a todos. La última gata que tuve siempre me esperaba al final de las escaleras, en el segundo piso. Me esperaba maullando y me mordia un dedo de la mano para llevarme a mi cuarto. Quería que me quede en mi cuarto siempre, mientras ella me contemplaba desde la puerta, acurrucada sobre el tapete.
Yo llegaba a casa cada viernes por la noche. Llegaba cansado después de una semana de estudios. Al llegar la primera que me recibía era mi gata. Me quiso mucho. A veces les daba zarpazos enconados a quienes me trataban mal.
Todo terminó un fin de semana cuando llegué y no salió Misty a mi encuentro. -Ha muerto- me dijeron. Me sirvieron un guiso de carne de conejo. - Come, tu mamita te ha preparado este plato para que no tengas pena de tu gata-.
Ahora odio los gatos, todos se van siempre, sin avisar y sin razón alguna.
Yo llegaba a casa cada viernes por la noche. Llegaba cansado después de una semana de estudios. Al llegar la primera que me recibía era mi gata. Me quiso mucho. A veces les daba zarpazos enconados a quienes me trataban mal.
Todo terminó un fin de semana cuando llegué y no salió Misty a mi encuentro. -Ha muerto- me dijeron. Me sirvieron un guiso de carne de conejo. - Come, tu mamita te ha preparado este plato para que no tengas pena de tu gata-.
Ahora odio los gatos, todos se van siempre, sin avisar y sin razón alguna.